Carta de presentación


Un laberinto no es tanto una pérdida de espacio como una pérdida de tiempo. Si uno no se pierde en el laberinto, si uno no se da cuenta que está perdido, se lo pierde. Y a los laberintos es difícil encontrarlos; no porque sean escasos, sino porque se ensimisman. Perder el tiempo en un laberinto nos provoca espacios diferentes (perdiendo el tiempo en un laberinto provocamos espacios diferentes) irreductibles a asentimientos asentados en lo que se parece. Nadie sabe del viaje propio si no ha experimentado de continuo paradero desconocido. Por eso, las diversificadas ignorancias de los que se atreven simultáneos a perder el tiempo en un laberinto restablecen a las sensaciones desiguales una atemporalidad asimétrica que las mancomuna (sin supremacía de perspectivas) ante el estupor que las relaciona. No creo que en el mundo haya algo que no sea laberinto. El laberinto es inherente al mundo en tanto es inherente a la idea mundo que del mundo nos hagamos; por lo tanto, si no hay laberinto no hay mundo. Dios no nos hace el mundo, pero sin duda es (omnipresente o cadáver localizado) otro de los signos perdidos en él. Suena paradójico, pero para que un extraviado se encuentre en sí debe encontrarse extraviado, y uno suele encontrarse extraviado (o extraviarse en sí) precisamente cuando logra salir de un laberinto, porque salir de un laberinto no implica que (aún) el laberinto haya salido de nosotros. El laberinto es un dispositivo cuya riqueza de sentidos se va perdiendo al ganarlo, y acrecentando al perderse. La salida de un laberinto atrapa fácilmente a los astutos, pero es incapaz de marcarle el paso a los inteligentes. Obviamente, nuestro sistema de premios y castigos no dudaría en calificar y jerarquizar con pragmatismo los respectivos logros de los anteriores: otorgándole satisfacción a quienes se acomoden de entrada a una razón concluyente. Hasta aquí el prejuicio discursivo de los que instalan espejismos ideológicos por el laberinto, pero ¿el laberinto ensimismado de lengua, lenguaje y habla, a cuál de esos intrusos se abriría, no ya académica, mensurablemente, sino íntimamente? La observación, aunque lingüística, es tangible = apela a lo que entendamos cuerpo de la letra: no sólo a la letra que hace a los cuerpos en sentido jurídico, sino al sentido erótico de cuerpos que errando se traman intraducibles a las verdades que invitan a ejercer sin riesgo alguno el derecho a la palabra. Lo erótico no intenta acabar el juego presumiendo acaparar y agotar el laberinto, lo erótico busca iniciarse, persistentemente, a través de las relaciones insurgentes de su dispositivo, porque aunque lo apreciemos fijo un laberinto no se queda quieto: nos oprime o es movido por nuestro deseo. Esto es, ¿si el laberinto que nos ocupa no nos permite extraviarnos, cuál será el sentido oculto que deja en evidencia?, presintiendo que se trata de un laberinto obsecuente a los que demandan su engaño ¿encaminar los renglones hacia salidas plausibles nos libraría de su argumento o celebraría otra evasión?, y aun cuando la salida no fuese apresurada ¿por qué optaríamos?: ¿Por abandonar, acaso, la inquietante tensión crítica de tránsitos de pensamiento para abandonarnos, diligentes, a la resolución de un tráfico de ideas? Evidente o clandestino yo no doy literatura, soy un arcano del tarot, yo me doy al laberinto.- 

(es palabra del ignoto bachiller..., se apartó del renglón establecido y así le fue: envidiemos su letra, pero no su circunstancia)

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