Seminario teórico (+) Taller práctico de lectura intensiva y escritura concentrada

(su conjunción pretende transmitir e imbuir al aprendiz propiedades hermenéuticas caleidoscópicas y claves de lectoescritura en lengua española, como así comprender conceptualmente supuestos y prejuicios basales profesados por los deudatarios endémicos de los pueblos del Libro; ello al uso del ignoto bachiller Esteban Tómaz –Mono Loco para el prontuario bohemio–)*

*este Seminario teórico (+) Taller práctico se ha cerrado definitivamente a improbables interesados; si soportan la introducción al mismo, entenderán por qué.


Ambigüedad polisémica y multidimensional de la lengua española:


El español es tal vez el idioma más ambiguo que se haya forjado, lo dice todo en tanto dice más de lo que precisa, porque lo precisado al precisarse en español se descoloca y queda fuera de lugar, casi diría que dimensiones y convenciones de la realidad son excusas para que al pretender aludirlas con sus pertrechos nuestra propia lengua nos invada y las distorsione. Nacer en nuestra lengua, ser alfabetizados en ella, nos lleva a darla por familiarizada (cuando es tan extraña como nosotros, que somos más exóticos que lo que nuestro exotismo puede llegar a reconocer), por eso no nos damos cuenta que al habitarla, al llevar puesta la lengua que masticamos y nos atraganta, somos identificados como intrusos por el resto del mundo (incluso, como en mi caso y tal vez el suyo, también resultamos intrusos para otros hablantes del español –“cada hombre un rey, cada español un idioma”–, y aunque intentemos otra lengua nuestros decires siempre ocultarán algo intraducible para el interlocutor y para nosotros mismos).

Probablemente, llegado el caso de asumir la carne bruta el español sea un amante impotente, pero en su trayecto generador del deseo es un seductor al que no se puede renunciar: aunque sepamos desde los primeros franeleos que no cumplirá sus promesas igualmente le pediremos más (por eso abundamos en poetas que nos hablan y psicólogos que nos escuchan…, o eso queremos creer, porque en realidad los que nos abundan son poetas que escuchamos en tanto la saquemos barata y psicólogos que mientras les paguemos nos dejarán hablar nuestros versos, anversos, reversos y conversos recurrentes).

También podríamos sospechar que existe una perversidad intrínseca en los usos del español (no, no me refiero a los mantras relajados de la internacionalizada subcultura narco que a través del aturdimiento de música comercial anestesia y tipifica al mundo latino, eso no es perversidad, eso es reflejo multiplicado de la degradación cotizada por el mismo mercado capitalista que también nos enmudece vendiéndonos palabras sofisticadas), me refiero a la habilidad lectoescritora jerarquizada por las usinas del buen decir, me refiero al abuso intelectual de los cenáculos privatizadores de nuestra lengua, ya que la manipulación y tergiversación de significados convenientes a las élites políticas son tecnicismos discursivos avalados por complementarias áreas del Saber que suponen parámetros incuestionables para el resto de la sociedad (por ejemplo, la subjetividad arbitraria y el capricho del poder lucen obscenos por sobre las páginas del derecho positivo que supuestamente rige la “racional” democracia que alabamos, cuando las democracias occidentales se revelan en los hechos teocracias disimuladas, adoradoras de ídolos y obedientes a curias letradas que por inacción, acción o reacción estimulan fascismos en sí mismas o como daño colateral). Porque lo conforma, incluso le da forma y lo transforma, la palabra también es un hecho, y aunque no somos inmunes a sus consecuencias no todos podemos practicarla en los hechos con impunidad.

La perversión del español no se debe entonces al uso cultural de la lengua (pródiga en sentidos y posibilidades de articulación) sino a la jurisdicción social de las retóricas que pretenden acotar sus significados al poder político que admitirá variedad de usos en tanto resulten funcionales al dominio económico que les adjudicará valor correspondiente en utilidad al relato del sistema, aunque no valore necesariamente al agente histórico que lo practica. Las dimensiones de nuestro diálogo social, debemos reconocerlo, se encuentran cautivas y atenidas (consciente o inconscientemente) a los dictados de sucesiones discursivas. Reconocerlo no nos obliga a admitirlo. Por lo tanto, resemantizar el accionar cómplice de nuestras hablas y operarlas en inéditos planos de cultura escrita, insurgiendo signos que resulten inhábiles al sostenimiento del statu quo que degrada nuestros horizontes mentales, implicaría, antes que emitir palabras revolucionarias, revolucionar los modos de leer las palabras habidas que damos por sabidas. Al presente, las coordenadas de nuestros pensamientos son delimitadas por el pragmatismo coyuntural y la adecuación del comportamiento social a lo políticamente correcto, esto es: no decodificamos textos, repetimos slogans para mantenernos en línea al renglón asignado, disfrutando el provechoso beneficio de someternos al idioma como sujetos pasivos de patrones discursivos que nos acogen en sus literaturas bien acogidos. El español es un idioma erótico, pero nosotros lo estamos condenando a convertirse en lenguaje pornográfico.

Eso que llamamos “poesía” (porque así nos la han instruido los mecanismos de inscripción social que nos adoctrinan) es, en las generales, un accesible ejemplo de inutilidad combativa, ya que (como lo explico en “Autos de Fe”), la poesía, no es sólo soporte y transporte de consignas espirituales, sino, principalmente, desde sus orígenes, una forma del Derecho que el sentimiento internaliza hasta constituirlo pensamiento. La poesía es legible en concordancia al modo de producción que la edita o reedita, por lo que el poeta que la constituye también debe ser reconocido o adaptado a las necesidades políticas del sistema. La sensualidad estética no representa necesariamente erotismo sustancial.

Así como suele admitirse que el alemán es un idioma apto para desarrollar filosofía, el español es el idioma paradigmático del conocimiento poético (que, insisto, no se reduce al amaneramiento literario que identificamos como “poesía”, ya que tal identificación radical lo menoscaba como modo de conocimiento). La lengua alemana es capaz de situar en una palabra conceptos que constituyen tramados de acciones complejas, el español está condenado a que el mundo explote incontrolable en la deconstrucción de escurridizas oraciones. Aunque sus raíces no les emparentan gemelas, no encuentro antípodas entre ambas arborescencias lingüística sino reflejos recíprocos > el alemán es también una lengua poética y el español un lenguaje filosófico, y sus aparentes divergencias concurren al nexo de correspondencias operativas: la poética alemana hay que buscarla tras las líneas demarcatorias de los rasgos que vislumbra y la española debe expresarse obscena porque la filosofía que conlleva sólo se hace asequible para aquellos que comprenden los secretos de sus maquillajes, porque la forma en que se presenta representa diversos matices de contenidos sustanciales, como también suele engañarnos con contenidos inexistentes. La lengua alemana intenta evitar discordancias, la lengua española acrecienta los equívocos cuando intenta concordar.

Entonces, compréndase que la poesía (en su dimensión convencional) es un particular recurso literario para transmitir preceptos a mentes que se adecuen a su forma específica ocurrida dentro de la idea mundo que gobierne el marco cultural en que la poesía se produce instruyendo cierto tipo de humanidad (la universalidad que se le atribuye a la poesía celebrada es producto fabuloso de nuestra superstición ilustrada por centros difusionistas que nos la instruyeron “universal”, sin lamentar en su operación, más bien, conllevando en sus propósitos, la desaparición de poéticas locales inconvenientes al canon de patrones discursivos inoculados desde la invención de la Historia, patrones discursivos que a esta altura ya nos colonizan desde lo intrínseco, porque nuestra conformación mental es la reproducción refinada, integrada, premiada, y hasta doctorada, de un esclavo consuetudinario) > Lo “específicamente” poético se atiene en su forma y percepción de contenidos a las reglas hermenéuticas (intelectuales y emotivas) dispuestas a los predispuestos por autoridades exteriores a lo poético “sustancial”, porque lo poético sustancial también resulta un supuesto instalado por poderes políticos que disputan el dominio de las relaciones sociales de producción en un sistema económico de puntuales características, esto es, para exceder la dimensión convencional una poesía celebrada debe sobrevivir a épocas y sucesiones discursivas a fin de recuperar salvajismo y no constituirse tautología > Lo poético es real en tanto ligado terrenalmente a las contingencias materiales y espirituales del agente histórico comprometido en el tránsito del mensaje: una acción puede ser poética sin necesidad de acudir a las palabras, y en determinadas circunstancias las palabras pueden conformar una acción –soslayar no es poético, aunque sí resulta serlo “no terminar de callar” (tal cual lo desvela Silvio Rodríguez en “Ángel para un final”, aunque, otra vez aunque, su poética participe política y angelicalmente en el acallamiento de míseros mortales que intentan comenzar otro relato encerrados por la historia que no escriben porque les fue sellada de nacimiento): ciertos modos del silencio se articulan poéticamente, y la poética siempre es activa y persistente en lo que trasunta (aunque se la silencie)– > Lo poético no se asienta en etéreas sustancias solidificadas, preexistentes: se construye a partir de antecedentes conflictivos (de los que habitualmente no quedan más que rastros fantasmales y suposiciones difusas de lo habido), lo poético no nace institucionalizado, nace frágil, insuficiente, tan carente como en origen lo es cualquier cuerpo biológico de nuestra especie animal, pero si el receptáculo físico del deudatario endémico de los pueblos del Libro sobrevive a su etapa alfabetizadora (extirpadora de lo inefable) y sus sensaciones no logran ser psicológicamente domesticadas por la sucesión de patrones discursivos que lo civilizan, al crecer, las insurgencias del conocimiento poético le auxiliarán como base existencial desde la cual afrontar (poniendo el cuerpo) incertidumbres cósmicas y miserias terrenales de nuestra circunstancia humana. La poesía, formalmente, es un ancla necesaria para sostenernos unos instantes a salvo de las marejadas de la angustia (eso va del Padre Nuestro hasta Silvio Rodríguez, que no son entidades tan contradictorias entre sí, sino complejos lenguajes catequistas /componentes, compositores y compuestos/ de la misteriosa materia espiritual que compartimos opuestos/complementarios: existir en la Lengua es existir para ella, por ella y sólo a través de ella, situación quasi fantástica que nos hace paradójicos, infinitamente conjugables e indefectiblemente acomplejados). Hay mentiras en nuestras verdades, pero también mucha verdad en nuestras mentiras; la poética profunda es tránsito arriesgado, naufragio impenitente. La felicidad es el minúsculo instante donde la Lengua no nos interviene.

Si hay descubrimiento profético a través de la poesía, si con contorsiones arcanas va dando forma a lo adviniente, es porque lo poético, antes, supo hablar con lo sepultado y lo desaparecido. Ya lo dije en otro apunte al que le he perdido el rastro porque dicho apunte se encarga de reencontrarme cuando la situación es oportuna: la poética no es competencia de la Facultad de Filosofía y Letras (allí la aplacan, la clasifican y la encarcelan en escaparates, para adoración ideológica y respaldo de pedanterías parasitarias de la curia laica de pequeños burgueses ilustrados deudatarios de la Revolución Francesa); la poética es un mester alquímico, que transforma las percepciones del artífice y recién luego revoluciona el objeto que trata; la poesía no es necesariamente poética, sino un frasco que no siempre contiene mecanismos disparadores de conocimiento poético, la poesía, como mera forma literaria, es un remedio de farmacia, sólo se aplica, sin curarlas, a enfermedades que afectan la normalidad estipulada saludable por quienes expiden las recetas.

Acabo de explicarles, magistralmente, lo prudente, lo sensato que resulta no concurrir a mis seminarios. Y no, esto no fue una clase abierta, gratuita: ya están pagando el precio de la cerrazón a la que regresan.-

 

   Aburrimientos interesantes, ideas equivocadas, pensamientos ociosos y descontrol mental... 

        Gabinete du Bateleur: 10 nro.1379, maldita ciudad de La Plata / gabinetedubateleur.blogspot.com


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